sábado, mayo 12, 2007

El hombre golpeó la puerta de madera verde pistacho pintada por el mal humor de un profesional de la brocha gorda en su peor día de existencia. Aporreaba el hombre con tanta fuerza como si la mujer hubiera perdido el oído izquierdo de pequeña en una excursión al altavoz de un concierto de los Rolling Stones ideada seguro por una maestra que le tenía manía (este papelito es para que vuestros padres firmen la autorización, ya veréis qué bien lo pasamos). Y como si su oído derecho, apostándose la vida, hubiera ganado aquella batalla con las heridas correspondientes para serle otorgado el galardón del “háblame por este oído”. El hombre seguía golpeando la puerta la cual lucía un generoso lunar blancuzco que, según una vecina pudo constatar, “no se encontraba allí antes del aporreo” mencionado. La mujer, con sus oído en perfectas condiciones según pudo constatar luego un otorrinolaringólogo primo hermano de la vecina, decidió no abrir la puerta ante tanta insistencia, como si cansada del hombre hubiera decidido de una vez por todas que esta vez si dormía en la calle y que todas las veces anteriores que lo había jurado le habían dado la fuerza necesaria para conseguirlo. El hombre optó por el timbre ya que, según pudo constatar más tarde un traumatólogo que pasaba por allí casualmente, se había roto los cuatro nudillos de la mano derecha. Timbraba primero con un movimiento intermitente y, ciego ya de furor como si supiera que dentro la mujer estuviera con el panadero de ojos verdes y sonrisa oblicua que siempre regalaba a ésta un mollete de Antequera a cuento de qué cuando compraba la barra de pan de mediodía, eligió la versión continua del timbrazo sin percatarse que, pasados unos segundos, por más presión que hacía el ring iba perdiendo fuerza hasta quedarse en un sin sonido apretado por un sin nudillo. La mujer, con una mezcla de miedo y chulería, se fue acercando a la puerta para oír la respiración profunda de aquel toro de Mihura como si supiera que el final y el principio de su vida residiera en la puerta verde pistacho por fuera y blanca-amarilla-tabaco por dentro, como si la línea fronteriza de la alegría y la pena fuera una puerta bicolor. El hombre se acordó de su otra mano, un poco olvidada desde que le comunicaron que era diestro, y comenzó a golpear de nuevo aquel ecuador de mundos. La mujer dudó mientras dudaba el hombre también según pudo constatar un psicólogo amigo del traumatólogo que había quedado con éste enfrente de aquel portal. El hombre paró la mano taladradora y la mujer volvió a saborear el oxígeno después de un cuarto de hora. Ahí fue cuando más dudaron –diría Benito, el psicólogo. Y la mujer, como si hubiera perdido fuerza con la ingesta repentina de O2, abrió la puerta sigilosamente. Si los aquí presentes creen en el silencio absoluto les diré que existió en aquel instante, cuando el hombre y la mujer se escrutaron de arriba abajo en cuanto la puerta deshizo el misterio.

- ¿María?

- ¿Pepe?

- Creí que te había pasado algo, estaba asustado.

- Tú si que me has asustado, imbécil, ¿para qué has vuelto?

- Las llaves…

- Tenía el mp3 puesto con los cascos, que pareces tonto, tanto llamar así.

- Anda, dame un beso, que vaya mal cuerpo me has puesto.

- Te voy a tener que colgar las llaves al cuello, que vaya cabeza que tienes, tontito… Y esas manos ensangrentadas… pero a ti se te ha ido la olla, ¿eh?

- Si es que…

- Anda, entra que te cure, huevón.

Y cerró María la puerta no sin antes clavar sus ojos en la mirilla de la vecina que no dejaba pasar la luz por un ojo tapador.
Pepe y María se querían aunque no hicieron el amor hasta pasados catorce días. Pero la versión de la vecina fue otra según pudo constatar un cotilla, tío de Benito, el psicólogo.

- Pues ahora el timbre lo vas a arreglar tú como yo me llamo María… ¡Trae la mano, hombre, que te eche el alcohol!

-Como no me abrías yo qué sé si te ha pasado algo. ¡Ay! Echa Betadine mejor que esto escuece mucho.

- ¡Qué Betadine ni Betadine! ¡Nada, que me va a manchar todo el cuarto de baño de sangre! ¿Quieres traer la mano de una vez?

- Que me duele, Mari… Pues no te pongas los cascos que pasa cualquier cosa y no te enteras. ¡Ay! ¡Ay!

- ¡Que tú te has roto la mano! Que tanto dolor no es de las heridas… ¡Ahora echar la tarde en urgencias!

- Que no es para tanto…

- ¡Con todo lo que yo tengo que hacer, anda tira para afuera, tira, tira!